domingo, 22 de noviembre de 2009

Pellizcos en la ropa y arrugas en los zapatos


Silencio.

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Llego tarde, para variar.

Justo a la mitad del primer acto. Siempre igual.

A nadie importó nunca mi ausencia.

Tiempo vivido, tiempo pasado.

Almenos cuento con el abanico tanteado.

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Como juglares y trovadores aquí me narro. Linda prosa.

Nadie entiende ni comprende.

Te encuentro en mi piel. Ese olor.

Quiso mi pecado volver a saber de ti. No me disculpo.

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Una pausa, una tregua.

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Historia de pétalos y espinas.

Tez agrietada por el afilado frío.

Alma cálida y guarecida por el amor.

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Esta bazofia será digna de gustar a los plebeyos, nosotros.

O fino agrado para refinados paladares.

No hablamos de manjar sino de consomé.

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Una robusta voz anuncia mi entrada en escena. No estoy preparada.

De hecho, a decir verdad, nunca lo estuve.

Siempre jugué a lanzar con la onda a los pájaros más lejanos.

Sensación de perder y quedarse inmóvil.

Que las personas no te comprendan, no es frustrante.

Piénsalo de nuevo... te hace único.

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Decido y actúo.

Permíteme prohibirte amarme. Nunca lo consigo.

Te guardo tan presente que cuando te tengo, pierdo.

Luego, recapacito.

Así me va.

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Comienza el segundo acto.

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Te diré algo.

Amo aquello que lleva una pizca tuya.

Más aún cuando te pertenece.

Que nadie pueda herirte,

a ojos de buen tintero.

Mi piel viste con tu perfume.

Vida privada ausente de obligación.

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Sensación de imposibilidad.

Como ráfagas de aire que me destrozan por dentro.

A sacudidas me zarandean de un lado a otro.

Quiero librarme de ello y gritarte lo que siento.

Pero como dije antes...

Sentimiento de imposibilidad.

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Si el propósito no es puro, muchas palabras se pierden en la ciénaga del limbo.

Y como ya habrás comprobado, aquí eso no ocurre.

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Un código secreto que juega con primeras partes.

Por esta vez, simple.

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Así pues, déjame narrarte, que normalmente tras pausas se encuentra lo más importante.

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Fin de la obra.

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Aplaudan.


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martes, 10 de noviembre de 2009

A mi manera...

El final ya está cerca
Y enfrento el último telón
Amigo, lo diré sin vueltas
Hablaré de mi caso del cual sé mucho
Tuve una vida satisfactoria
Recorrí todos y cada uno de los caminos

Y más, mucho más aún,

Lo hice todo a mi manera...

Tristezas, algunas tuve
Que no vale la pena comentar
Hice lo que debía
Me aseguré que fuera sin privilegios,
Planeé cada etapa programada,
Cada cuidadoso paso dado en mi camino
Y más, mucho más aún,
Lo hice todo a mi manera...

Así es, hubo momentos,
Estoy seguro que lo sabes,
En que di pasos
Más largos que mis piernas
Pero al final,
Ante la duda
Tragué mis palabras, también las dije
Afronté los hechos y me mantuve intacto
Y lo hice todo a mi manera...

Amé, reí y sufrí
Me tocó ganar, también perder
Y ahora, cuando las lágrimas ceden,
Me resulta tan entretenido
Pensar que lo hice todo
Déjenme decirlo, sin timidez,
"Oh no, Oh no fue mi caso,
Yo lo hice todo a mi manera".

Pues qué es un hombre, ¿qué ha logrado?
Si no es fiel a sí mismo, no tiene nada.
Decir las cosas que siente realmente
Y no las palabras de quien se arrodilla
Mi historia muestra que asumí los golpes
Y lo hice todo a mi manera...

Sí... fue a mi manera...

domingo, 1 de noviembre de 2009

La mariposa que un día fue prostituta

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Hoy he abierto los ojos y, ¿sabes que me ha llamado la atención? Nada.Y si, has acertado, hoy no tengo un día especial. Hoy es uno de esos en los que te sientes mal y no encuentras el origen de tal desdicha, porque probablemente ni la hay.
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Hoy es un día de esos en los que deseas ausentarte sin dejar rastro alguno, esconderte en un sitio que nadie pueda encontrarte y en el que plácidamente mueras por unos minutos o tal vez horas. Y sí, ahí es, debajo del edredón.Ahí llega la inspiración, justo cuando ese sentimiento empieza a embaucar a tu plácida alma y tus ojos se inundan por amargas lágrimas que recuerdan que hay mucho por lo que llorar. Demasiado que en su momento callé e inocentemente ignoré, cúmulo que me hubiese gustado vociferar.
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Ahora siento todo lo que he hecho como si dagas jugasen a acariciar esta impasible piel ya escamada por el tiempo y sus batallas. Castigando a su vez todas las palabras estúpidas que en su día pronuncié.Y, ¿qué veo reflejado en este cristal herido? Una niña embustera arropada por trapos de gala, despeinada y el rostro magullado.
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¿Cómo hablar sin hablar pero sin dejar de hablar? No se si me entiendes pero aquí me encuentro sin hallar forma para desembrollarlo todo y a su vez nada. Pues mira, puede que esta sea la forma. Explicándote mil cosas disfrazadas en vocablos a medida y a la vez, holgados para tus oídos prematuros.Aquí, privada de luz y rodeada de escaso oxígeno pero más que suficiente para seguir sufriendo sin desfallecer, recuerdo momentos prohibidos llenos de magia que huyen de la realidad a tu compás, agarrados de la mano. Esos en los que tus labios rehúyen pronunciar cualquier palabra que destruya esa armonía de papel vegetal. Tan transparente y a la vez oculto que no permite lidiar la congoja que crea a la verdad al cargar con la mentira sobre sus hombros.
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Y podemos pasarnos la vida parloteando sobre el mal sufrido, pero recapacita por un momento y recuerda todo el que tu has afligido. Y ten el valor de equilibrarlo en una balanza. Puede que haya días que este objeto de medida haya sufrido pequeños e “inocentes” manipulaciones para ocultar una mentira que en tu interior te hiere como el frío fuego. Y días tardíos en los que tras haberte vestido con tu propia mentira y considerada plácida, has decidido despojarte. A la vez que te dispones a observar por la mirilla de la vida de la que huiste únicamente para saciar tu mera curiosidad y a la que juegas a acariciar con los ojos vendados. Si algún tímido y diminuto fragmento te queda como queso al ratón, bienvenido al calabozo en el que se concentran aquellas personas que alguna vez se sintieron traicionadas por uno mismo.
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Estás autorizado a perder la cabeza por alguien, a dejar de respirar para no desvelar sus sueños, a dañar tu cuerpo por el suyo, a encadenarte frente a la puerta abierta, a perderte... pero cuando tus oídos nunca escucharon de sus labios un “te quiero”, la cosa empieza a cambiar.
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También he de decirte que nada me ha dañado más que su presencia en tu ausencia; palabras que hieren en lo más profundo, ausencia de sinceros besos, compareciendo abrazos vacíos. Y parece ser que muy ciegos deben estar tus ojos para no ver aquello que me haría la mujer menos desdichada.
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Permíteme pues, decirte una última cosa:
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No es grave dejar de oír y mirar pero sí dejar de escuchar y ver.
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